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Menéndez, el bloqueo y la crónica de un desaire anunciado

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Foto: Opinia


Hay alcaldes que gobiernan con proyectos; Antonio Menéndez prefiere gobernar con puertas cerradas, a las ocho de la mañana del 18 de junio, un centenar de precaristas convirtió la Santos Degollado en peatonal involuntaria, interrumpiendo a gritos, tambora y pancarta el ritual burocrático del Palacio Municipal de Ahome. La consigna retumbó en los muros de cantera rosa: “¡Antonio Menéndez, por qué no nos atiendes!” Mientras tanto, el edil practicaba claustro zen en su despacho, convencido de que, si ignora lo suficiente el problema, quizá se resuelva solo.

Los manifestantes no piden helicópteros ni estadios; exigen lo que todo manual de urbanidad coloca en el capítulo uno: escrituras, agua, luz y drenaje, ya han firmado más “minutas de trabajo” que la Secretaría de Gobernación en temporada electoral, pero las promesas se marchitan a la velocidad con que se imprime la foto oficial. La última vez que les prometieron regularización, bastó el flash para que los papeles regresaran al cajón de los olvidos.

El bloqueo desató el caos vehicular de costumbre, con tránsito desviando automóviles hacia Cuauhtémoc y Allende, adentro, en cambio, reinaba la inmovilidad: ningún responsable político asomó la cabeza, y los subsecretarios enviados a “dialogar” regresaron con la misma eficacia con que se devuelven los oficios sin folio. Menéndez optó por la estrategia ghosting (nadie sale, nadie entra), como si la protesta fuera un spam humano que se elimina con “marcar como leído”.

El libreto es tan predecible que aburre: el ayuntamiento publicará un tuit pidiendo “civilidad”, la prensa subirá un video de dron y los colonos advertirán plantón permanente y caravana a Culiacán. Menéndez confía en que el calor de junio licúe la protesta, pero subestima un hecho simple: no hay sol que derrita la necesidad de un título de propiedad.
Si el gobierno sigue ejerciendo la sordera selectiva, la Degollado dejará de ser una avenida para convertirse en un memorial de la desidia municipal.

Menéndez aún puede elegir: o baja las escaleras a tomar la palabra y de paso, la responsabilidad o se aferra a su torre de marfil hasta que los tambores suenen dentro de su propio silencio.

Porque en política, alcalde, el vacío se llena: cuando el poder calla, la calle grita.

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