Este sábado 24 de Mayo, la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila Olmeda, celebró una fiesta multitudinaria que, más allá del espectáculo, dejó un sabor amargo entre los ciudadanos de Mexicali y todo Baja California. Mientras miles de bajacalifornianos enfrentan carencias, la mandataria sonreía de oreja a oreja en un evento que evidenció el uso de recursos públicos y el respaldo incondicional de su aparato gubernamental en conjunto con los municipios.
Lo más llamativo no fue solo la producción del evento, sino el contexto. Apenas hace unos días antes, en un acto más de control de daños, la presidenta Claudia Sheinbaum y la dirigente nacional de Morena, María Luisa Alcalde, rompieron el silencio para ofrecerle unas tibias palabras de respaldo, luego del escándalo que la vincula con actividades ilegales como lavado de dinero, vínculos con el crimen organizado y el huachicoleo.
Curiosamente, esa misma semana, el gobierno de Estados Unidos declaró que las investigaciones en contra de la gobernadora sobre las investigaciones, no serían públicas por tratarse de “información confidencial”, lo cual representa, al menos temporalmente, una especie de escudo para Marina del Pilar. Con eso, parece confiar en que sus presuntos pecados quedarán bien guardados… al menos por ahora.
Pero no hay punto de comparación entre los eventos. El primero, el sábado 17 de mayo, fue completamente ciudadano, sin intervención del aparato gubernamental ni grupos políticos. El segundo, el sábado pasado, mostró claramente la mano de la administración estatal: funcionarios obligados a participar, recursos públicos movilizados, vehículos oficiales en circulación y camiones llenos de acarreados provenientes de diversos municipios, todo con el sello morenista.
Esta demostración de fuerza, más que una celebración, fue una exhibición de poder, financiada con el dinero de todos. La realidad se oculta con mayor facilidad cuando se cuenta con recursos ilimitados, se está en el poder y se compran las portadas de los medios. Pero el sol no se tapa con un dedo.
Y entre la música, el show y las porras ensayadas, una ausencia fue notoria: la de su esposo, Carlos Torres Torres. ¿Casualidad? ¿O estará cerrando un “BUSINESS” mientras piensa la siguiente jugada? Algunas voces señalan que, tras la visita de Ávila Olmeda al Palacio Nacional, se le habría recomendado mantenerlo alejado del ojo público por un tiempo.
La historia de los poderosos nos ha enseñado que todo exceso tiene consecuencias y aunque por ahora el telón cubre el escenario, el espectáculo no es eterno. Porque en política, el verdadero juicio lo dicta el pueblo… y la memoria no se borra con un evento.