La administración de la Gobernadora Marina del Pilar Ávila ya vivió su momento dorado ese punto exacto donde las luces, las cámaras y los discursos perfectamente coreografiados aún lograban distraer del fondo de la escena. Pero como todo espectáculo, llega el momento en que se apagan las luces y comienza la función menos glamurosa: la del cierre. Lo que viene no es precisamente un final apoteósico, sino más bien una caída libre en cámara lenta que ni el mejor editor de reels podrá maquillar.
Durante su mandato, Ávila Olmeda logró, al fin, lo que parece haber sido su verdadera vocación política: convertirse en influencer de tiempo completo. Entre selfies institucionales, videos con fondo musical motivacional y sesiones fotográficas cuidadosamente iluminadas, logró posicionarse como la protagonista indiscutible… de su propia narrativa. Mientras tanto, la gestión pública quedó como figurante de fondo, sin diálogo y con muy poca acción.
Sin embargo, el algoritmo del enojo ciudadano no se deja engañar tan fácilmente y las críticas, señalamientos y escándalos siguen acumularse con la misma velocidad con la que se suben stories. Parece que la popularidad virtual no alcanza para gobernar el mundo real, mucho menos cuando la molestia social deja de ser un simple comentario y se convierte en protesta sostenida.
El desgaste del poder es tan inevitable como predecible. Y en este caso, ni la propaganda más brillante (con drones, filtros y efectos especiales incluidos) puede ocultar que el telón ya empezó a caer. Incluso si Morena se mantiene en el poder, el destino político de la gobernadora parece seguir el camino ya trazado por sus antecesores: ese que empieza con un homenaje y termina en una carpeta de investigación.
Sería prudente que Ávila Olmeda no olvidara una verdad del tamaño de su ego digital: con la vara que midas, serás medida. Ella misma se encargó de apuntar con entusiasmo las irregularidades de su predecesor Jaime Bonilla, hoy envuelto en denuncias penales. Sería una pena (o una ironía del destino) que los expedientes del futuro repitan los mismos encabezados, solo cambiando la foto de perfil.
En este contexto político-financiero donde el Titanic sigue sonando violines, hay una figura que merece mención especial: un personaje discreto, sin reflectores, probablemente más hábil con Excel que con TikTok. Este mago de los números ha sostenido como funámbulo las finanzas del estado, pese a una recaudación menor, recortes federales y la perdida de 500 millones de pesos cortesía del reemplacamiento fantasma.
A este héroe silencioso, sin capa pero con calculadora, habría que premiarlo. ¿Un bono? ¿Un aumento? ¿Una calle con su nombre? seria lo mínimo que se merece. Ha mantenido a flote una administración que hace agua por todos lados. Solo queda cruzar los dedos y esperar que no termine como nuevo terrateniente en algún rincón paradisíaco del mundo o del otro lado del muro, ni como socio inversionista en la fiebre inmobiliaria de la Chinesca, como ciertos otros con visión “turística”.