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La orquesta sin director: los huérfanos del Rochismo

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Foto: Opinia

El escándalo que hoy sacude a Sinaloa no sólo exhibe un esquema de licitaciones simuladas y contratos inflados por más de 3,100 millones de pesos. También desnuda la fragilidad de un aparato político que parecía indestructible hasta ayer. Porque si algo caracteriza a los gobiernos personalistas es que sus funcionarios no piensan: obedecen. Entonces cuando el caudillo desaparece del teléfono, la maquinaria entera se queda en seco.

Eso está ocurriendo con los secretarios, directores, diputados y hasta empleados menores más cercanos, convencidos de estar bajo el manto divino del gobernador Rubén Rocha Moya, firmaban lo que se les ponía enfrente. Licitaciones calcadas hasta en los centavos, empresas fantasma bendecidas por el DIF que preside la hija del mandatario y negocios que orbitan alrededor de los hijos Rubén y Ricardo. Nadie preguntó, nadie objetó, porque quienes se atrevieron a hacerlo enfrentaron persecuciones políticas, represalias administrativas o el simple destierro total, la instrucción era cumplir y cumplir significaba protección y chamba.

Hasta ayer, porque ahora, en medio del ruido de las investigaciones federales, los teléfonos suenan y nadie responde. Rocha, dicen, ya no atiende a sus propios operadores, dejándolos a la deriva como músicos sin director. Es el clásico abandono del patrón cuando la fiesta se interrumpe con luces de sirena. Los mismos que se llenaron las manos de lodo para servirle, hoy no reciben instrucciones de cómo lavarse las manos. Andan como náufragos, buscando tablas de salvación en un mar que huele a Ministerio Público Federal.

La ironía es deliciosa: el rochismo construyó un aparato de obediencia ciega, donde la lealtad valía más que la legalidad. Ahora esa obediencia se les revierte. Porque quien nunca ejerció criterio propio tampoco sabe cómo reaccionar sin órdenes. La parálisis institucional se nota: unos intentan borrar rastros, otros claman por una línea oficial que nunca llega y todos entienden que la música se apagó.

El gobernador podrá intentar victimizarse, pero sus cómplices inmediatos ya sienten el frío del abandono y es que en la política mexicana la fidelidad suele pagarse con desprecio cuando los reflectores se tornan judiciales. Rocha quizá logre replegarse unos meses más, pero sus colaboradores ya saben la lección amarga: en el reparto de culpas, los peones siempre son los primeros sacrificados.

En Sinaloa, la banda sigue afinada, pero los músicos tocan solos, desafinados, porque el director se esfumó.

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