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4 months agoon
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RedacciónEn la plaza pública del siglo XXI no hay horcas ni hogueras, pero sí un ejército de cuentas anónimas con acceso a Wi-Fi y una fijación por “exponer” a su supuesto enemigo del mes (muchas veces imaginario). El caso del Rosarito Beach Hotel Condo es un ejemplo digno de esto: acusaciones graves, insultos a granel, videos con tono de investigación… y cero pruebas presentadas en un juzgado.
Lo fascinante es la coreografía, primero, una cuenta anónima lanza la piedra, luego otras la replican con idénticas frases, como si todas hubieran leído el mismo guion, el anonimato se vende como protección, pero huele más a blindaje para evitar responder por una posible difamación ¿Miedo? ¿Conveniencia? ¿O simplemente la certeza de que en redes nadie te pide un acta notariada?
El argumento favorito es la lentitud de la justicia y sí, el sistema legal es tan ágil como una tortuga con resaca, pero si las denuncias fueran reales y estuvieran debidamente documentadas y fundamentadas, algo se habría movido ya. Aquí, en cambio, el proceso parece ser al revés: primero se lincha, luego se busca la evidencia. Spoiler: la segunda parte rara vez llega.
En comunidades condominales, este guion es viejo, algunos no pagan cuotas desde tiempos prehistóricos, pero en redes se presentan como mártires de la transparencia. Denuncian con fervor, aunque su principal acto de resistencia sea esquivar la factura mensual, lo que no se dice es que detrás de muchos discursos airados hay intereses tan terrenales como evitar una deuda o desviar un conflicto interno.
El peligro de este tipo de “activismo” es que envenena la discusión pública, cuando todo se convierte en espectáculo y juicio sumario, la verdad se vuelve irrelevante. No importa si la acusación es falsa: ya fue vista, comentada y compartida miles de veces. La víctima queda marcada y el acusador, protegido tras su avatar, desaparece o simplemente crea otro, cuando la marea baja.
La moraleja es incómoda: la indignación digital sin sustento no es justicia ciudadana, es circo romano con filtros de Instagram y mientras sigamos premiando al que grita más fuerte en lugar de al que prueba lo que dice, seguiremos asistiendo a juicios donde el veredicto se dicta con “likes” y no con evidencias.