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2 months agoon
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RedacciónEn el circo político de Morena, versión Sinaloa, la pelea por la sucesión de Rubén Rocha Moya ha alcanzado niveles de tragicomedia, los contendientes: Enrique Inzunza Castro e Imelda Castro Castro, dos senadores que comparten apellido, ambición y una desbordante necesidad de protagonismo. Lo único que no comparten es el guion, cada quien improvisa su show y lanza sus dardos con elegante malicia.
Enrique Inzunza, ese jurisconsulto reciclado en operador político, juega la carta del tecnócrata de la transformación, habla de reformas, presume su paso por el Poder Judicial y se envuelve en el celofán de la eficacia, su estrategia es clara: menos saliva, más cálculo. Se mueve sin alharaca, se toma fotos con adultos mayores (ese público que vota sin TikTok) y vende la idea de que la estructura lo respalda, es decir, Adán Augusto y Rocha Moya.
Del otro lado, Imelda Castro, colaboradora conocida del lopezobradorismo duro, se cuelga de la narrativa feminista y presume sus 300 iniciativas como senadora, se ha posicionado como la favorita de Sheinbaum (o eso deja entrever) y se presenta como la voz de la igualdad, aunque en su camino legislativo haya más forma que fondo. Su apuesta es mediática, su estrategia emocional: construye simpatía con discursos de empoderamiento, pero evita los pleitos directos, o eso quiere que creamos.
Sin embargo, el pleito es más que evidente, se dicen sus verdades a través de portales aliados, se minimizan mutuamente con frases corteses y se esmeran en mostrar quién domina el ajedrez político sinaloense. Mientras Inzunza la acusa de ser una convidada de piedra en los debates legislativos, ella se deja apapachar por Rocha Moya, que la elogia como quien da un espaldarazo… con fecha de caducidad.
Todo esto sucede mientras el gobernador se divierte viendo cómo se despellejan en público. Rocha no da nombres, pero lanza guiños, a Imelda se le ve “encarrerada” y a Inzunza lo trata como al hijo que sabe esperar y en el fondo, a los dos los necesita peleando para mantener el control de la narrativa. Morena no tiene proceso interno aún, pero el espectáculo ya arrancó.
Así que, más que una contienda democrática, lo de Sinaloa parece una guerra de egos decorada con retórica transformadora y como en toda tragicomedia política, el que menos grite tal vez termine gobernando. Si no lo traicionan antes.
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